Hace diez años mi marido y yo nos enamoramos de una mesa. La exhibían en una tienda de antigüedades de Oslo, y estaba hecha de la puerta de un templo tibetano de antaño. Era preciosa, rústica y marcada por el tiempo y el clima, y sólo pasar la mano por su superficie era un placer.
No la compramos porque costaba lo que en aquel entonces representaba para nosotros una pequeña fortuna, pero nunca nos repusimos de su recuerdo. Cada vez que hemos cambiado de mesa de centro ha salido a relucir aquella, la que se escapó, más idealizada cuanto más lejana.
Ahora, sin embargo, nos ha llegado una curita. Resulta que la tabla de la mesa que escogimos hace unas semanas y que recién ayer estuvo lista, sirvió como puerta en China, hace cien años.
Álamo recirculado, con entradas y salientes, rebosante de personalidad, encontrando su lugar entre Siddhartas y velas. Como diría Jamie, lovely, just lovely.
Que bonita...
ReplyDeleteA todos nos ha pasado esto alguna vez, no siempre encontramos en sustitución algo, que se acerque a aquello que nos gustó y que no pudimos adquirir, pero creo que en este caso, valió la pena ;).
Mucha salud...pa disfrutarla!
Pues si, a falta de pan casabe, que tostado y con mantequita también es rico.
ReplyDeleteme encantó mujer. Linda, linda. Y con historia. Qué más?
ReplyDeleteAy, de Fabelo ni me hables. Tengo una historia, la cuento para todos.
ReplyDeleteCharlie, la mesa está super, esa es la verdad. Cuanto más la miro más me gusta.
ReplyDeletePues si, tendrían que emplearlos en hacer algo bonito y útil en lugar de dejarlos podrirse de viejos y desatendidos.
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