La Gallinita Rabona vivía en su casita al pie de una montaña.
Al otro lado de la montaña vivía una zorra vieja y mala, que se creía muy lista.
Vivía con su madre en una cueva oscura, que las dos zorras habían cavado entre
las rocas y bajo las raíces de los árboles.
Todas las mañanas al levantarse, decía la zorra:
—Esa Gallinita Rabona debe de estar muy sabrosa.
Y todo el día se lo pasaba pensando en cómo podría cazarla.
Por la noche se dormía y soñaba que se comía a la hermosa Gallinita Rabona.
Una mañana se levantó muy temprano, cogió un gran saco y le dijo a su madre:
—Hoy voy a traer a la Gallinita Rabona. Prepara la olla grande, que esta noche
tendremos una sabrosa cena.
Andando, andando, llegó a la casa de la Gallinita Rabona, pero la gallina había idopor leña y estaba la casa sola.
Entró la zorra por la ventana y se escondió debajo de la cama, pero se le veía el
hocico negro.
Se quiso esconder debajo de la mesa, pero se le veía la cola larga y pelona.
Por fin se escondió detrás de la puerta.
Cuando volvió la Gallinita Rabona, abrió la puerta y se encontró con la zorra.
¡Ay, mi madre, qué susto!
Dejó caer los palitos de leña que traía y, de un salto, se encaramó en una de las
vigas del techo.
—¡Baja! —gritó la zorra.
—No, no bajaré hasta que te vayas.
—¿Que no bajas? Ahora verás.
Y la zorra empezó a dar vueltas de prisa, de prisa, como si fuese un trompo. Y la
cola parecía un ventilador.
La zorra
giraba y giraba.
La cola
Zumbaba y zumbaba.
La cola, la cola
sucia y despeinada,
el hocico negro,
los dientes de nácar,
las patas bailando
arremolinadas.
La cola, la cola,
la cola pelada,
silba que te zumba,
zumba que te baila.
¡Pobre Gallinita Rabona! De ver a la zorra se mareó y cayó al suelo aturdida.
La zorra la metió en el saco y se fue corriendo, muy contenta, con su saco al
hombro.
Por el camino, la Gallinita Rabona lloraba de miedo dentro del saco, pero tuvo una idea feliz.
Buscó unas tijeritas que llevaba en el bolsillo, abrió con mucho cuidado un agujero en el saco y salió por allí. Después metió una piedra grande para que la zorra no se diera cuenta de que no estaba.
La gallinita volvió corriendo a su casa y la zorra siguió su camino.
Cuando llegó a la cueva, mamá zorra la esperaba a la puerta.
—¿Está la olla preparada? —dijo la zorra.
—Sí, ya está hirviendo el agua —respondió la madre.
—Pues destápala, que allá voy.
Se acercó a la olla, desató el saco y dejó caer lapiedra. ¡Pum!...
¡Qué susto! Saltó el agua hirviendo y les cayó encima a mamá zorra y a la hija.
Y las dos tuvieron que estar en cama muchos días para curarse las quemaduras, y se les cayó el pelo, que daba lástima.
Desde entonces ya no pensó más la zorra en cazar a la Gallinita Rabona.
Herminio Almendros, un verdadero reparador de sueños. |
je, regresó. Ahora a guardarlo bien
ReplyDeleteQue lindo detalle!! Los buenos cuentos de la infancia son como los buenos amigos, se guardan siempre en un lugar especial.
ReplyDeleteYa te lo he dicho…tu memoria es de lo mejor que he visto, mira que yo creo que la mía es buena, pero ante la tuya se queda atrás…
Muchas gracias bruji…por la historia y el consejo de las tijeras.
Tengo que decir como Tino el de Sé lo que hicisteis: a tí siempre! ;))
ReplyDeleteHi Storyteller!
ReplyDeleteGuarda...gracias por este cuento, no tengo tiempo de detenerme hoy, pero aquí me paro en seco. Cuando estaba en prescolar, en las tardes, seis calles más allá de mi casa estaba la biblioteca de la escuela. Yo leía incansable desde chiquita y después de comer, me llevaba mami y leía una, mil veces a Almendros. Tú revives en mí muchos recuerdos y ahora que ando preparando un espectáculo para prescolar, me viene bien esta historia que había olvidado y al Havanero con su niño le será una buena propuesta para contarle antes de dormir.
ReplyDeleteBelkys, me alegro de que te traiga buenos recuerdos. Herminio Almendros es uno de esos héroes que sobrevive sin pancartas ni fechas en el calendario, su memoria se alimenta de los sueños que construyó a base de cuentos maravillosos: no me imagino camino más lindo a la inmortalidad.
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