La reuniones de padres siempre me agarran desprevenida. Anoto la fecha en mi agenda, cuelgo notitas con imanes en el refrigerador, pongo la alarma en el celular y así y todo llega el día y me entero como por casualidad.
Aparte de mi despiste crónico, creo que no registro la fecha como es debido porque me parece que hace sólo unos años mis padres iban a las reuniones en mi escuela. De alguna manera, cada vez que me veo sentada en un pupitre, rodeada de medio tiempos -la costumbre escandinava de tener hijos tarde, que hace que los padres más que padres parezcan abuelos- y escuchando a la maestra hablar de tareas y metas, meriendas, actividades al aire libre, el parqueo, la piscina que otra vez está vacía y la colecta para Navidades me entra un sentimiento de alienación total, de no pertenencia, y es eso, que por mucho que me de en la narices contra el hecho todavía no asumo que la vida haya pasado tan de prisa.
¿Qué hacemos aquí?, quiero preguntarle a Mariana, pero la veo enredando y desenredando un mechón de pelo y esa es mala señal, así que me callo mientras el director hace, una vez más, el cuento del niño que quiso tocar el violín y no pudo porque el padre le dijo que en la familia todos tenían mal oido, o el de la vez que se le ponchó el carro justo cuando iba a llevar a sus dos hijos al primer día de escuela....
Regreso a casa, con Mariana mascullando que para la próxima con ella no cuente, la agenda repleta de anotaciones y fechas señaladas y la noción certera del tiempo, ese canalla, que gracias a Dios se me olvidará a las pocas horas.
El tiempo, el implacable, el que pasó...
ReplyDeletela robota, la robota... bzzz... buzzz...
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