Soy, repito, de las que no puede dejar de leer una vez que he comenzado. Por malo que sea el artículo, por idiota que me resulte, lo leo de cabo a rabo aunque termine como una tetera, pitando de indignación. Mariana me lo tiene dicho pero yo, como Juan, sigo sin aprender.
Hoy me zapatea la paciencia éste señor, que se toma el trabajo de reproducir -con distorsiones que al parecer son su idea del sarcasmo- los diálogos de éste documental, para terminar con una conclusión lastimosa: la pena que siente por la generación que disfrutó de los animados rusos, esa generación que siguió a sus dirigentes a ciegas, que tragó mentira tras mentira disfrazada de ternura infantil, que justifica a sus carceleros con la nostalgia.
Yo, miembro orgulloso de tal generación, abanderada de la misma, incluso, opto por cagarme olímpicamente en su pena y a mi vez horrorizarme ante tanta pobreza de espíritu. Ha de ser muy triste sentarse en el Versailles a rumiar la rabia mientras otros sueñan bajo el signo de Norstein. Ha de ser doloroso saber que no se sabe, que nunca se sabrá de la magia que otros tocan.
Y es que algunos para ser pesados no necesitan siquiera una bola de pinchos.
Estoy contigo.
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