“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Saturday, 26 February 2011

Mocedades

Siempre he dicho que comparar mi infancia con la de mis hijos es un proceso fútil, porque más que dos países y culturas diferentes se trata de dos mundos aparte. Sin embargo, a veces me pregunto en cual de los dos era más fácil ser felíz, desde los ojos de un niño.

Mis hijos y sus amigos viven rodeados de los beneficios que conlleva ser ciudadano del primerísimo mundo. Tienen libreros llenos,  juguetes variados, televisores, teléfonos, Xboxes, PSPs y DSs, todo moderno y complicado y además propio, porque la individualidad comienza desde la cuna. Se supone que sean capaces de compartir sus bienes, pero también que tengan conciencia de que los poseen de manera absoluta e indiscutible.

Los observo jugar, cuando se juntan, y a pesar de la abundancia no me parecen satisfechos. Creo que sienten la necesidad de saltar de un juego a otro, de un aparato a otro, de una canal de televisión a otro, buscando siempre un entretenimiento que sea más y mejor.

Y mirandolos, no puedo menos que pensar en  mi generación, allá en la Islita, con nuestros triciclos heredados y heredables, los tableros de parchís remendados con cinta adhesiva, los juegos de yakis y palillos chinos, las cometas y el proyector con sus rollitos. Mi generación, que miraba la lucha denodada de Dobrynya Nikitsh contra la sierpe en el televisor Caribe en blanco y negro y reía con Ruí La Peste.

No sé si éramos más felices que estos niños arropados por el desarrollo. Creo que estábamos mejor dispuestos para serlo, eso sí, porque nos conformábamos con mucho menos y apreciábamos mejor lo que se nos daba.

El mar es abarcador y poderoso, el arroyo de la sierra corre libre.

3 comments:

  1. A veces a me pasa igual, aunque mis hijos son ya grandes.

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  2. Estoy segura que fuimos más felices, pero no solo nosotros, también los niños en otros países, incluso en el primerísimo mundo, cuando no había tantos aparatos.

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  3. Quien era que decia eso del hastio de la saciedad?

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¡Habla, pueblo de Aura!