Mi abuelo solía decir que con la revolución pasó lo mismo que con el barquito chiquitico que no podía navegar: pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas y los víveres comenzaron a escasear. Y sin embargo, cuando hablo con mis padres y pregunto cómo andan las cosas la respuesta es rotunda: Estamos bien, mi'ja.
Las malas noticias, el recuento de los daños, la lista de los productos desaparecidos que cada día es más larga quedan pendientes para posibles conversaciones privadas. El tiempo en el teléfono es muy corto para hablar de cosas desagradables, me dicen.
A estas alturas y con el futuro cada vez más desdibujado que perciben es un milagro que todavía sepan sacudirse las penas y disfrutar los momentos agradables, que pueden ser tan sencillos como veinte minutos mensuales de charla sobre los nietos.
Desde mi tundra les dedico el conjuro: que no cambien, que no cambien, que no cambien.
Para eso son los padres, para ahorrarnos preocupaciones aunque tengamos 50 años! Ellos son únicos, felices los que que aún pueden contar con ambos.
ReplyDeleteDefinitivamente. Es una de las bendiciones que cuento.
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