El chiquillo y la ardilla se disputan el último pastelillo. En un sublime momento de inspiración deciden que el dulce debe tocarle al que más asquerosidades sea capaz de ingerir, y vemos las hazañas en espeluznante retrospectiva: la ardilla come mocos, el chiquillo se bebe el agua de un vaso con una dentadura postiza. La ardilla lame la cera de sus oídos, el chiquillo se hace una tortilla de uñas. La ardilla urga con el tenedor en el basurero, el chiquillo en el cesto del baño. Es una competencia reñida, y para zanjarla llaman al padre. Éste, magnífico, suelta un eructo que marchita las plantas y horripila a la ardilla y al chiquillo, y se lleva el pastel.
Esto es lo que ven los niños de los países desarrollados en canales como Nickelodeon y Disney Channel. Mocos, pedos, eructos, vómitos y toda suerte de abusos físicos y verbales a una velocidad alucinante y constante. Es realmente extraño, entonces, que se comporten como bestias con zapatos, que no tengan otro tema de conversación que no sea de tipo escatológico, que para que se sienten tranquilos media hora haya que hipnotizarlos?
Carencias, represión, aislamiento, todo eso y más hubo en mi infancia. Y sin embargo, no cambiaría yo una de aquellas horas sentada frente al viejo televisor en blanco y negro, viendo animados rusos que eran en el mejor de los casos un prodigio del buen gusto y en el peor sencillamente aburridos pero siempre aptos para personas normales, por toda la programación que estos niños civilizados tragan sin masticar frente a sus televisores de cincuenta pulgadas.
Soy Juana, llamadme loca.
Yo tiendo a extrañarlos siempre, por una razón u otra.
ReplyDeleteSi no es mucha curiosidad y parafraseando a la oruga, qué es exactídicamente "PBS"?