El Judío Errante, con una ceja levantada y un mohín de su boquita ratonil, me ha estudiado unos minutos y luego ha concluído que luzco bella con mis espejuelos. Y yo, que recuerdo demasiado bien la hora y media de quitas y pones y cabellos recogidos y sueltos y puestos tras la oreja y vueltos a su lugar, y el desplume monetario a continuación, le he agradecido con una sonrisa.
Así de satisfechos han de haberse sentido los barberos sangradores, viendo a sus víctimas recuperadas.
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¡Habla, pueblo de Aura!