Si, mientras cabalga al díscolo ambulanciero entre los helechos del patio, la hermana María decidiera que mirar por encima del hombro y a ambos lados no es suficiente precaución y levantara la vista hacia el alero del techo vecino, descifraría la sonrisita que le dedica Manuel todas las mañanas cuando pasa por su lado, camino al templo.
No lo hace, empero, y Manuel bendice el día que escuchó al hermano Pinto hablar de su fobia a las alturas.
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¡Habla, pueblo de Aura!