Es gracioso como uno puede enamorarse de gente que jamás ha visto a través de otros que tampoco ha visto nunca y también ama, por obra y gracia de un libro.
Posando en Shakespeare & Company -la libería donde, repito a pesar de saber la rabia que despiertan los mensajeros en los tontos, no vivió nunca William- la adorable Sylvia Beach, a quien Hemingway agradeció inmensamente el fiarle todos los libros que quiso en la época en que era pobre y feliz en París.
Me gusta imaginarla en un cielo con diamantes de papel impreso, amando a Monnier y prestando libros a las palomas.
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¡Habla, pueblo de Aura!