"Tamaaaaales! Tamaaaales!" Palabras mágicas, las únicas que pueden sacarme de la sombra protectora de la casona silenciosa y aventurarme a la canícula perniciosa del mediodía.
El tamalero, un negro viejo como Herodes que monta una bicicleta rusa con una caja enorme en el portapaquetes, me espera en la acera de en frente, tratando de protegerse de la reverberación de la calle en la sombra escasa de los aleros. Saluda con el sombrero y mira hacia la puerta de mi casa, que ha quedado abierta.
"Usted vive ahí?"-pregunta, y asiento. "Esa era la casa de un hijo de Lorenzo de la Cruz."-me dice, y le confirmo que es en efecto así, y que yo soy su nieta. Entonces sonríe con una boca enorme de encías muy rosadas, totalmente desprovista de dientes molestos.
"Yo conocí a su abuelo. Cuando era chiquito mi mamá me mandaba a comprar en su carnicería porque era una buena persona y nos dejaba la carne fiada hasta que a mi papá, que era estibador, le pagaban en el puerto." Mientras habla, va llenando el recipiente que le extiendo de humeantes paquetes dorados y olorosos, y la gente nos pasa por el lado y nos mira entre curiosa e irritable: no es hora para cháchara y además estamos ocupando la sombra.
"También conocí a los hermanos, sobre todo a Ramiro, que no era tan buena gente pero sí muy bravo, en el puerto todo el mundo lo respetaba porque era peligroso con el revólver." Y me hace la historia, convertida en leyenda local, de cuando el tío Ramiro formó una pandilla para ajustarle las cuentas a unos matones que Paquito Rosales (candidato del Partido Liberal y rival político de mi abuelo, que lo era del Conservador) había amenazado mandar para que apalearan a mi abuelo. "No corrió la sangre porque Paquito era un cobarde y se aconsejó a tiempo"- concluye- "que si no..."
Le pago, de más como como corresponde, y él no intenta darme el vuelto. En cambio añade: "Me alegro de ver que queda gente de su familia en este pueblo, que siga así por muchos años." Saluda otra vez con el sombrero y se va, pedaleando como el ruso que no es, dejándome con una sonrisa y el recuerdo del abuelo bueno y del tío mafioso flotando entre el vapor perfumado del maíz cocido.
"Tamaaaales!!"
Muy lindo...Los más agradables momentos de la tierra, de la nuestra y los recuerdos más gratos que alimentan casi como el tamal.
ReplyDeleteBienvenida!!!
Gracias Ofe! Para mí es un placer y un orgullo que a estas alturas, después de tanto tiempo y tanta tempestad, todavía haya quien recuerde a mi abuelo y a sus hermanos, siempre he pensado que quien deja una historia tras sí nunca muere del todo.
ReplyDeleteMuy bonito. Estaban ricos los tamales? jijijij
ReplyDeleteYo sabes que he extrañado tus letras un monton. Con la misma cobardia de Paquito, he decidido formar una pandilla para tirar de tus orejas si te vuelves a perder tanto tiempo. Besos!
ReplyDeleteUstedes saben que Mariana es supersticiosa para eso de los viajes, y que le teme a los malos pensamientos, de ahí el silencio cuando se va. Por otra parte, no hay que exagerar, que sólo fueron seis semanas, caramba.
ReplyDeleteLos tamales estaban muy ricos, tiernos y dulzones, como las gordas del Gabo. ;)
Mucho tiempo sin comer tamales....que horrible. Que bueno que hayas podido saborear uno de esos.
ReplyDeleteLa historia de abuelos que un se recuerdan son los hilitos invisibles que siguen entrecruando las raices y los lazos, la tierrita de antes y la de ahora. Yo, sin ellos no soy quien soy.
Que bueno leerte otra vez.