Me veo claramente
en la mano de una noche,
lugar de aprenderme con miedo y paciencia
lo que era el amor,
me veo apretado al calor de unas piernas
tragando del aire un planeta tras otro,
bañado en sudor,
me veo semi alzado en la luz de esa hora
riéndole al techo, riéndole a ella,
riéndome a mí,
me veo claramente
tan digno de amantes
y breves países de felicidad,
me veo claramente,
me veo claramente si miro detrás.
en la mano de una noche,
lugar de aprenderme con miedo y paciencia
lo que era el amor,
me veo apretado al calor de unas piernas
tragando del aire un planeta tras otro,
bañado en sudor,
me veo semi alzado en la luz de esa hora
riéndole al techo, riéndole a ella,
riéndome a mí,
me veo claramente
tan digno de amantes
y breves países de felicidad,
me veo claramente,
me veo claramente si miro detrás.
S. Rodríguez
Es
cierto. No es sólo el café, no. Ahí están las vitaminas, las cremas
humectantes, las decenas de tipos de pescado que como sin hacer ascos,
la bolsa rellena de arroz calentito para mis pies -a falta de un
cerdito-, la cana que insiste en aparecer en la sien derecha, las
pequitas que me van saliendo en los brazos, para recordármelo. Ya no soy
Fantito y se nota.
La
vejéz no me preocupa. Sin embargo, me pregunto si me despertaré algún
día y al mirar por la ventana me daré cuenta de que ya no soporto
escuchar a Metallica, de que en realidad no vale la pena tratar de leer
cuatro libros al mes porque de cualquier manera el tiempo no me va a
alcanzar para saber todo lo que quiero saber, de que guardar florecitas
secas en una caja de talco es un entretenimiento pueril como pocos. Me
pregunto si el día llegará en que las babuchas árabes me parezcan
ridículas, y tire a la basura los collares de semillas que cuelgan en el
baño.
Al
mismo tiempo me veo claramente, encorvada pero perseverante, con mi
ropa interior siempre al revés, recortando crucigramas de los periódicos
de fin de semana, rengando de la televisión, pretendiendo podar el
jardín con tijeritas de cortar papel, alimentando a los erizos de otoño y
queriendo, aún, construir casitas para que aniden los cuervos. Me veo,
sobre todo, sentada en una poltrona tapizada a la topa tolondra por mis
muy torpes dedos, emocionada hasta las lágrimas con la historia de Hans y bebiendo buen vino en algún tazón heredado.
No comments:
Post a Comment
¡Habla, pueblo de Aura!