“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Tuesday, 3 January 2017

Quoniam iniquitatem meam ego cognosco

No hay nada tan peligroso en el mundo como alguien que se cree bueno.

A diferencia de quienes realmente lo son -esa raras aves de la filantropía cotidiana que le van de frente a entuertos de todo tipo, desde una guerra mundial hasta un perro abandonado, tan ocupadas en mejorar el mundo que no tienen tiempo de pensar en sí mismas y mucho menos de cantar sus propias loas- aquel que se cree bueno es un impostor, un pobre diablo que va por la vida con sus dos o tres virtudes formando un floripondio que lleva en la solapa, recordándole a todo el que quiera escucharlo que él/ ella es "de lo poco salvable que queda" y haciendo alarde de la grandeza de su alma a cada paso.

Quien se cree bueno está siempre presto a las lágrimas, a la queja, al "good as I've been to you"; quien se cree bueno es un manipulador, un chantajista emocional que no duda en difamar a cualquiera que no compre su farsa; un pillo a quien no suelen faltarle tontos útiles que hagan su trabajo sucio, por inficionamiento, en el caso de los tontos mansos, o por purgar culpas propias rompiendo lanzas ajenas, en el caso de los tontos malandros, que son mayoría.

Los que estamos plenamente conscientes de ser sarcásticos, escépticos, difíciles, egoístas, a veces francamente cabrones y en otras palabras un trago amargo para el prójimo nos rompemos a menudo el labio a fuerza de callar, y solemos tratar a la gente con celo: sabemos que llevamos botas recias, y cuidamos de no pisar más fuerte de lo necesario. Quienes se creen buenos son ellos mismos todo un callo protuberante y deforme, apuntando con su molesta presencia a las botas pasajeras que insisten en evitarlos, porque precisamente esta es su razón de existir y la definición de su naturaleza: se puede ser un desgraciado y al mismo tiempo un perfecto hijo de puta.

Digo todo esto, y es a las claras un sayo con nombre propio. Me encantaría que el destinatario se lo pusiera y me dijera cómo le queda, pero que me lo diga a mí, en mi carita, no a través de emisarios dudosos. Si tiene lo que ha de tenerse para hacerlo, claro: si no, a callar, que los misereres sólo quedan bien en voces monjiles, y no es el caso.

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