No hay nada tan peligroso en el mundo como alguien que se cree bueno.
A diferencia de quienes realmente lo son -esa raras aves de la filantropía cotidiana que le van de frente a entuertos de todo tipo, desde una guerra mundial hasta un perro abandonado, tan ocupadas en mejorar el mundo que no tienen tiempo de pensar en sí mismas y mucho menos de cantar sus propias loas- aquel que se cree bueno es un impostor, un pobre diablo que va por la vida con sus dos o tres virtudes formando un floripondio que lleva en la solapa, recordándole a todo el que quiera escucharlo que él/ ella es "de lo poco salvable que queda" y haciendo alarde de la grandeza de su alma a cada paso.
Quien se cree bueno está siempre presto a las lágrimas, a la queja, al "good as I've been to you"; quien se cree bueno es un manipulador, un chantajista emocional que no duda en difamar a cualquiera que no compre su farsa; un pillo a quien no suelen faltarle tontos útiles que hagan su trabajo sucio, por inficionamiento, en el caso de los tontos mansos, o por purgar culpas propias rompiendo lanzas ajenas, en el caso de los tontos malandros, que son mayoría.
Los que estamos plenamente conscientes de ser sarcásticos, escépticos, difíciles, egoístas, a veces
francamente cabrones y en otras palabras un trago amargo para el
prójimo nos rompemos a menudo el labio a fuerza de callar, y solemos tratar a la gente con celo: sabemos que llevamos botas recias, y cuidamos de no pisar más fuerte de lo necesario. Quienes se creen buenos son ellos mismos todo un callo protuberante y deforme, apuntando con su molesta presencia a las botas pasajeras que insisten en evitarlos, porque precisamente esta es su razón de existir y la definición de su naturaleza: se puede ser un desgraciado y al mismo tiempo un perfecto hijo de puta.
Digo todo esto, y es a las claras un sayo con nombre propio. Me encantaría que el destinatario se lo pusiera y me dijera cómo le queda, pero que me lo diga a mí, en mi carita, no a través de emisarios dudosos. Si tiene lo que ha de tenerse para hacerlo, claro: si no, a callar, que los misereres sólo quedan bien en voces monjiles, y no es el caso.
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