algo que invite a la acción
contra tiranos, contra asesinos
contra la cruz o el poder divino
siempre al alcance
de la vidriera y el comedor.
Hace unos meses, en lo más agitado de la campaña electoral en Estados Unidos, vi algo que me llamó la atención: un cubano haciendo una arenga a favor de Donald Trump, y exhortando a sus compatriotas a que se unieran a él a las tres de la tarde del siguiente día, domingo, en un maratón de apoyo al candidato republicano. Sobra decir que los comentarios, likes y reacciones fueron cientos y variopintas, pero al día siguiente, a las tres de la tarde, no hubo nadie en el lugar de la cita. Tampoco el orador.
Por estos días he visto algo parecido, un llamado a invadir los puertos aéreos donde hayan cubanos varados, a tomar las calles de Miami e instalar la anarquía hasta que se haga justicia, hasta que todo vuelva a ser como antes, hasta que linchen a Obama. Otra vez, la respuesta ha sido la inercia total.
Desde la pantalla del iPhone las guerras se libran mejor y más cómodamente. A las tres de la tarde de un domingo la Justicia está amodorrada después del arroz con pollo familiar, y se ajusta la venda para descansar los ojos; esto lo saben también los organizadores de las revueltas, que nunca llegan a ser tales precisamente por ello: perro no come perro.
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