Por ti cada erizo de mi vida es Hans, por ti mis zapatos de hierro gastados en pos de un sueño. Por ti la determinación de seguir siendo niña a despecho del tiempo y sus escollos.
Le pedí a la Muerte que se quedara a los pies de tu cama pero no quiso escucharme. Ojalá tuviera un silbido que dar a cambio de tu vida; ojalá todas estas lágrimas tentaran al Diablo.
Adiós, pues, mi buen viejo, mi narrador de cuentos, el último rincón de mi infancia. Lleva a ese perro cínico contigo, y no lo regañes, si le gruñe a Dios.
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¡Habla, pueblo de Aura!