Esta señorita que aparece en la foto, tan mona con su bikini moteado y su moño rojo, más pintada que una puerta y con su bacán fortachoso al lado, estuvo media hora escarbándose las uñas del los pies, y metiéndose en la boca lo que fuere que allí encontrara, como si fueran pastillas de violetas.
Tengo que reconocer que no pude quitarle los ojos de encima; me llenaba esa sensación mezcla de fascinación y horror, como cuando ves en la carretera a un perro muy muerto sobre el cual los autos han pasado una y otra y otra vez, hasta convertirlo en una especie de torta con algunos dientes de fuera.
A todas estas, el bacán seguía allí, relajado, conversandito, como si lo que pasaba a su lado fuera lo más natural del mundo, y el Gabo dijo que alguien tendría que avisarle a Pepé La Pew, porque aquello con toda seguridad encarnaba su concepto de "l'amour".
"Si eso es en público, imagínensela solita..." - acotó Mariana, con voz de júbilo.
Yo, por mi parte, estaba contenta, como cada vez que me ilumina un rayito de luz de entendimiento. Resulta que siempre me he preguntado quiénes serían los que reencarnan en los bichos de Hieronymus Bosh: ahora ya sé.
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¡Habla, pueblo de Aura!