Las recuerdo creciendo al lado del busto de Martí, en mi escuelita, y también junto a la ventana enrejada de una muchacha que se llamaba Isabel. Recuerdo a mi abuelo materno cogiéndolas de la mata que sembró Paula para ponerlas en el bote de Cachita. Recuerdo a un señor muy negro que me ofreció una de entre un ramo grande, en el cementerio. El Gabo las escribe una y otra vez, y mi padre me las regala cada mañana, en Cuba, con beso de acompañamiento.
Hoy están a punto de reventar, junto a mí, y eso me reconforta: hay cosas que cambian mucho, y otras que no cambian nunca, aunque se mueran.
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¡Habla, pueblo de Aura!