Leyendo el diario me doy cuenta, una vez más, de lo equivocada que estaba cuando era muy joven y creía que la desgraciada costumbre de estar constantemente pendiente de lo que hacían otros con su vida y su tiempo y sus miedos y sus lujurias y sus pájaros de la memoria era una aberración pueblerina, propia de gente que necesitaba rellenar con algo las lagunas cerebrales que les habían dejado setenta años de dictaduras.
¿Hasta cuándo estaremos en 1984, querido Majakovskij?
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¡Habla, pueblo de Aura!