No podría contar las veces en que me he encontrado frente al panteón de mi familia, mirando a mi alrededor, deslumbrada por la reverberación de la cal bajo el sol inmisericorde del Caribe, desesperándome, queriendo sacar de mi melena un rosal que le de sombra a tanto hueso recalentado.
O las veces en que he estado allí mientras llueve, con el corazón afligido, mirando el agua estancarse en torno a mis muertos, roja de la tierra fresca que justo antes cubría alguna de esas tumbas al final del camposanto, donde se acaban el pavimento y los ángeles, porque los pobres no necesitan verjas trabajadas que le cierren el paso al olvido.
Y ahora nieva, y yo escojo un vestido negro para el funeral de un hombre bueno. Y por primera vez reconcilio la muerte con el cielo; esta paz blanca es una manera decente de irse de la vida y no volver.
Inmejorable despedida para una buena persona muerta.
ReplyDeleteAhora tendré que reconciliar los álamos negros de cuervos con los dedos tartamudos de un organista. Al menos en el Caribe hay el silencio de la resolana.
DeleteSaludos grandes, Jánter.