A los treinta y seis años, yo también grito: "Marchons! Marchons!", y mis tripas responden, tricolores y victorhúguicas, y dan un poco más de sí.
Y ahora mírame, vástago de Zeus que lleva la égida: nunca seré más sabia de lo que soy ahora, ni mis ojos estarán más abiertos, ni mis palabras estarán más a salvo tras el cerco de mis dientes.
Si he de tener alas, que sean de lechuza.
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¡Habla, pueblo de Aura!