Hace un par de noches le he leído este maravilloso cuento a mi hijo, y me he quedado tan enamorada de él que decidí traducirlo al español, como hago siempre cuando algo me gusta mucho, no porque piense que en español suenen más bonitas o mejores las palabras, sino para que suenen dos veces. Cosas de polillas.
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Alguien está dejando palabras sobre el
campo. Ana encuentra la primer nota, ensartada en una brizna de heno
helada. Cuatro sílabas:
Hola.
Al día siguiente hay otra nota:
Las golondrinas se han marchado.
Al otro día, aún otra:
También los vencejos.
Ana le da vuelta a la nota y escribe:
¿Quién eres?
Al regreso de la escuela, apaga la luz de su habitación y mira afuera. Ve una silueta salir de entre los árboles del bosque y caminar despacio sobre el campo. Un muchacho. ¿Es él quien escribe las notas?
A la mañana siguiente, Ana se va a la escuela más temprano de lo acostumbrado. Los cristales de hielo brillan sobre la tierra, y la hierba cruje bajo sus pies. Una nueva nota espera. Moviendo el índice sobre las letras que se alargan y se curvan, Ana lee
: Morkel.
Morkel, murmura Ana. El Morkel que nunca está en clase, ¿es el que se esconde en el bosque?
Te he visto, escribe Ana en el reverso de la nota, y vuelve a dejarla en su lugar.
Antes de dormir, Ana piensa en Morkel. Las notas que él escribe, ¿son sólo para ella? ¿Habrá mañana otra palabra allí, esperándola? ¿Una palabra para gritarla, o para susurrarla dentro del pecho, o quizás para llevarla escondida en la punta del zapato?
Mañana, dice Ana. O pasado mañana.
Las notas de Morkel van a parar al lugar más secreto, debajo del colchón. Durante la noche, Ana sueña que las palabras son pájaros, y el campo una hoja de papel enorme, que puede doblarse.
La nieve fresca es para dejar huellas. Ana encuentra las huellas de Morkel sobre los surcos y las sigue hasta el lindero del bosque. La luz blanca del cielo dibuja rayas en los pinos. Ana alza los ojos, y se pregunta qué es de la blancura cuando los copos de nieve se derriten y dejan pequeñas gotas de agua sobre su piel.
Ana se detiene y escucha. Luego sigue las huellas que se adentran en el bosque.
"Te escuché venir desde hace mucho. Una manada de elefantes no haría tanto ruido", dice una voz desde las alturas. "¿Has venido sola?"
Ana mira hacia arriba, asustada. Incluso en medio del bosque invernal es difícil distinguir la cabaña. Un escondrijo. Cuando regrese el follaje, será imposible descubrirla. Una soga cae, y Ana sube por ella.
En la corteza del árbol hay grabadas palabras, sílabas y dibujos. Tiene que haberle tomado mucho tiempo, piensa Ana. Y a ella le gustan las cosas que toman tiempo. Con sus dedos, sigue el relieve de las palabras sobre el árbol.
"¿Coleccionas palabras?", pregunta Ana.
Morkel asiente.
"Búfalo. Velas. Botella.", dice Ana. "Ahí tienes."
Morkel sonríe.
"¿
Qué sabes hacer?", pregunta Ana al día siguiente.
"Nada", responde Morkel.
"¿Y qué más?", pregunta Ana.
Morkel se queda pensando.
"Sé dónde tienen el águila su nido, y dónde aterrizarán las motacillas cuando regresen, en la primavera. Son siempre las primeras. Los pájaros que vuelan rápido acaparan los mejores lugares para anidar."
"Me pregunto en qué dirección sienten los pájaros que está su casa," dice Ana.
"¿Escuchas ese martilleo? Es el pájaro carpintero. Comenzó ayer. Durante el invierno come hormigas del tronco. ¿Y ese arrullo? Son palomas, que suenan como viejas señoras en un café." Ana se ríe. También Morkel.
"Tengo que irme", dice Ana. "¿Vamos juntos mañana a la escuela?"
Morkel niega con la cabeza.
"Entonces te encuentro aquí", sonríe Ana, y salta desde las ramas.
Ana corre todo el camino. "¡M!", grita al viento, tan alto como puede. Sus pasos hacen crujir el hielo sobre el lago. "¡O!" Sobre ella, los cables eléctricos tiritan. Ana se lleva una mano al pecho y cuenta los latidos de su corazón. "¡R!" Sigue las huellas de las liebres hasta el bosque de hayas, pasa por el cementerio. "¡K!" El último tramo lo hace caminando de espaldas. Se detiene a observar el campo, y piensa que el invernadero parece una nave espacial. "¡E!" Sube las escaleras al vuelo y entra en la casa, pasando de largo por zapatos del padre en el rellano, y va a la cocina. Allí bebe un vaso de leche, tan rápido que siente agujetas detrás de los ojos, mientras se pregunta qué tipo de pájaro será su amigo. "¡L!", dice bajito, para que nadie más lo tenga.
Las tardes en la cabaña son tan buenas. Las mejillas se enrojecen bajo el viento, las narices se contraen. Los cristales de hielo brilla n en los árboles. Algunos días todo el bosque brilla: la llama azul de la hornilla, todos los colores en las pupilas de Morkel, y la línea de luz que Ana ve al cerrar los ojos.
Todo es más, cuando está con Morkel.
"Alfabeto, abeja, antojo, abuela, Ana", susurra Morkel.
"Morkel, mono, molino, manzana", sonríe Ana.
"
No me creo lo que dicen de tu padre. ¿Qué hace falta para ser un ladrón?", dice Ana.
"Casi nada", responde Morkel.
Morkel enciende la hornilla. "No debes creer todo lo que escuchas. El estornino suele imitar otros sonidos: los he oído ladrar como un perro, y llorar como un bebé."
"Mira, una bandada de ganzos", dice Morkel. "Son los últimos en irse. Me pregunto cómo encuentran el camino, sin un mapa."
"¿Ves la vocal que forman?" pregunta Ana. "¿U, o V?"
"V", responde Morkel, y toma aliento: "Vil, violento, vulgar, vacío ."
"Cuéntame más sobre los pájaros", pide Ana.
"Los pájaros, entre los huesos, tienen aire", dice Morkel. "Y ¿sabes por qué tienen las golondrinas la cola separada?"
"¿
R o S?", dice Ana al otro día.
"S", responde Morkel.
"Sueño, surco, suave, sentido, Sur."
El hombro de Ana roza el hombro de Morkel. Lo siente respirar.
Todos tienen su propio alfabeto, piensa Ana.
Descifrar cada letra es lo difícil.
"¿Ves el zorro?", susurra Morkel.
"El zorro es un perro que se comporta como un gato."
Al otro día la cabaña está vacía.
Ana se asusta por todo. Hoy llora. Comprende que Morkel se ha ido.
Las paredes y el piso de la cabaña son sólo tablas.
Las sombras son sólo sombras.
Las nubes, sólo nubes.
Nada parece otra cosa, ahora.
Ana es sólo Ama, y eso no es mucho.
En las noches, no se puede dormir. Ana de desliza fuera de la ventana y corre hacia el bosque atravesando los surcos. Pero Morkel no está en la noche, tampoco.
Cada mañana busca Ana las notas sobre el campo. Pero no hay palabras esperándola, cada mañana.
Ana trata de olvidar a Morkel. Cada día que cada noche hace un esfuerzo para olvidar un pedacito de él. La bufanda, el gorro, los dedos, los ojos, el lunar en su mejilla, y los mínimos, suaves vellos de la nuca.
Pero cuando por fin se duerme, todo Morkel regresa, en el sueño.
Una mañana, mientras los sueños están aún en la habitación, Ana despierta con el trino de un pájaro afuera. Sólo los mirlos pueden cantar así. El viento hace ondular las verdes espigas sobre la tierra. Es Abril, y Ana sabe lo que debe hacer.
Ana espera una respuesta.
Un día,
dos días,
tres días.
Al fin, una nota aparece, bajo una piedra, en mitad del campo. Ana la desdobla. Es fácil reconocer las sílabas.
Ana abandona la mochila y corre tan rápido como puede. Piensa en las palabras de Morkel mientras sigue con el índice las líneas del mapa, hasta llegar a la cruz en azul.
Ahí está Morkel.
"¡Hola!", dice Ana.
"Shhh", susurra Morkel. "¿Las ves?"
Texto: Stian Hole
Ilustración:Stian Hole