Últimamente, cuando creo que tengo ganas de hablar, pasa algo que me
las quita de un plumazo. O de un bombazo, que al final es lo mismo: una
pluma de hierro más. Al final creo que me voy a quedar con el silencio, y
a llenarlo de abrazos a los míos, porque me doy cuenta de que el mundo
de mis abuelos y mis padres, aquel que pensaba que sería el de mis
hijos, no es más que una utopía.
Y yo soy una soñadora, pero mis tripas no.
Adiós, París.
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¡Habla, pueblo de Aura!