Un buen amigo tuvo ayer la gentileza de venir a mi casa y quitarme de encima la responsabilidad de preparar una cena para diez invitados.
De tan noble gesto he sacado una conclusión, y es que tener a un hombre en la cocina es un poco como ser tres en la cama. En teoría es un hecho moderno, liberador, revolucionario incluso; una de esas cosas que hacen que la hacen sentir a una experta en el arte de saber vivir. En la práctica es un fiasco, como todas las revoluciones, medio siglo más o menos.
Lo cual, como diría mi amado Juanito, es bello e instructivo.
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¡Habla, pueblo de Aura!