El espíritu festivo lo cambia todo, no cabe duda. Incluso la comida cambia. Lo que hasta ayer era un jamón sin más hoy es un jamón navideño, y lo mismo pasa con el chocolate, los pavos, el vino... Los dátiles, las avellanas, las nueces y las castañas, normalmente relegados a un rinconcito de los supermercados, son ahora exhibidos como algo glorioso e inequívocamente relacionado con San Nicolás -que es el dueño de los caballitos, nadie lo dude, porque este pandemonium de comerciales, luces y tarjetas Visa tiene tan poco que ver con el nacimiento de Jesús como un agrónomo chino con una bailarina de Tropicana.
Y yo recuerdo las compras navideñas que hacía con mis abuelos, hace un cuarto de siglo, en el mercado "de los caros" del que hoy no queda más que la esquina. Escogíamos viandas y vegetales, especias, un guanajo, pollos, leche condensada para los pudines del postre. Luego iba mi papá y compraba ron, cerveza y vino ruso y en una ocasión, justo antes de que el mundo tal y como lo conocíamos se fuera a bolina, trajo de Santiago de Cuba una caja entera de manzanas californianas, rojas y perfumadas, que fueron la sensación de la fiesta.
No había etiquetas, nadie se esforzó en convencernos de que eran los mejores víveres para celebrar la Navidad. De hecho, creo que en toda la ciudad se hubieran podido contar con los dedos de una mano las casas de las que salían risas y villancicos junto al olor a puerco asado el veinticuatro de Diciembre. Nuestro entusiasmo era simple y auténtico, era la alegría y el agradecimiento por poder comprar todo aquello y tener amigos y familia con quienes compartirlo.
Mi exaltación por la Navidad está a la espera de que el consumismo se tome unas vacaciones y le de paso a un poco de aquella humildad. Yo prefiero alabar al hijo del carpintero.
amen!
ReplyDeleteEl hijo de los pobres.
ReplyDeletePinocho?
ReplyDeletePuede ser, también Jesús era un poco ingenuo.
ReplyDeleteOiga, esto le quedó muy lindo. Por acá ya se siente.
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