Una amiga me cuenta que se siente sola. Sentir soledad no es lo mismo que estar solo; ella lo sabe, y separa los pedazos, pero aún así se ahoga un poco, y mientras lo sé no se me ocurre nada mejor que arrullarla con frases que se caen de gastadas y que no se sustentan de los sentidos, porque es lo que toca.
Luego me he quedado triste, con esa tristeza que produce no poder sanar, y he recordado un cuento que alguna vez escuché:
En la mañana del tiempo los hombres fabricaban armas hechas de piedra, que se rompían al usarlas; después de muchos siglos las substituyeron por armas hechas de hierro, que eran mucho más resistentes pero que en cambio tendían a herrumbarse. Entonces apareció un herrero, que tuvo el feliz accidente de crear un metal que llamó "acero"; pero para que el acero se temple, tiene que pasar la prueba de los elementos: fuego, para derretirlo, agua y aire para fortalecerlo, y yunque y martillo para moldearlo. Todo ese largo proceso es no solo necesario sino indispensable, para lograr la espada que conquista, la herramienta que dura.
La moraleja del cuento puede parecer obvia: la fortaleza sale de las pruebas vencidas, pero no lo es; la moraleja es que lo importante no es ser fuerte, tanto la piedra como el hierro son fuertes en principio: lo importante es ser flexible. Moldearse es la única manera de sacarle ventaja, por mínima que sea, a las perrerías de la vida.
Y no estoy segura de que sirva de consuelo, pero voy a contárselo, para que quede que no estuvo quieto, agazapado, y porque a lo mejor a su soledad le gusta, y da tregua.
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