Recuerdo que a finales de los noventa aparecieron unos tarecos llamados Tamagotchi, que eran una especie de ordenador en miniatura dentro del cual "vivía" un bicho electrónico al que había que alimentar, bañar, vestir, arrullar y acariciar según el momento, so pena de que comenzara a pitar como un endemoniado. Y recuerdo lo horrorizada que me quedé la primera vez que los ví, y lo feliz que me sentí de no tener hijos que me sacaran los ojos para que les comprara uno de aquellos artefactos veniales; habría tenido a Tisífone sentada a mi puerta.
Ahora, viendo tamagotchies de carne y hueso, gente que llora, grita y patalea reclamando atención constante, ya no me parecen tan odiosos aquellos artefactos, que al menos tenían la decencia de ser de pilas, y estaban a un latón de basura del olvido.
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¡Habla, pueblo de Aura!