Todo es tan nuevo, tan flamante, tan limpito que no parecería que duele, y esa amabilidad engañosa hace que me revuelva sobre mi misma. Al menos allá en la Islita las cosas están claras: nadie que vea aquellos trapos verdes, aquellas jeringas de posguerra y aquellos esmaltes carcomidos puede dudar de su situación, y está bien que así sea: ¿a qué pasar por agua algo tan simple como la tortura?
En esas estoy cuando entra él, con su plato ovalado repleto de horrores que sobresalen. La pinza, sobre todo, me rompe el labio, que durante la espera había estado apenas mallugado.
"Ahora sí", digo. "Comienza "Una hora con Mengele".
Él salta dentro de su piel. "¡Mengele! Mengele, ja! Una amiga dice que tendría que poner un retrato suyo sobre el escritorio, así la gente sabe a qué atenerse..."
"Me parece una buena idea", he dicho, recostándome y encomendándome a las lámparas de luz fría. "Yo sé dónde puedes comprar un marco adecuado."
Él responde con su risa hecha de susurros. Horas más tarde, gracias al vino y a los analgésicos, yo también me río: the only way down from the gallows is to swing, y los dos lo sabemos.
Aber beklecker nicht der stuhl, stuhl!
ReplyDeleteSei punktlich!
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