Una vez soñé que Nuestro Señor era un chiquillo
con la camisa rota y raspones en las rodillas,
jugando con bolas de cristal
que rebotaban alegres contra las paredes del Universo.
Jugaba y era feliz, y era verano,
y el sol ponía destellos en el cristal.
Mil planetas tintineaban en su bolsillo,
porque en el bolsillo del Señor siempre hay lugar.
Los planetas rodaban y bailaban
para alegrar su alma y su razón
Hasta que se distrajo de aquel juego
cuando una mariposa lo rozó.
¡Y es éste un día perfecto para cazar mariposas!
Lo más bello de todo cuanto había creado.
Por el suelo quedaron los planetas,
y se sientieron solos y olvidados.
Regresó luego, muy cansado, como cualquier chiquillo;
era ya tarde, y el juego terminaba.
Se arrodilló el Señor, y recogió sus bolas,
sin percatarse de que una le faltaba.
"¡El azul, el pequeñito, ése me falta!"
Buscó entre la hierba, bajo las piedras y en el mar.
"¡Con lo que brillaba al atardecer!"
Pero llegó la noche, y el planeta no apareció.
Era nuestra Tierra la que faltaba, y sobre el campo sólo quedaba la escarcha.
Nuestro Señor regresó a su casa muy mohíno,
pero no puedo asegurar que haya llorado.
Los que hemos nacido en esa Tierra
y creemos que sin ella nada existe
habremos de soñar que el Señor buscará de nuevo mañana
y que nos encontrará, alguna vez...
Texto: Erik Bye
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