—Te lo he dicho antes, pero por si aún no te enteras te lo repito: ¡no me gusta que me digan lo que tengo que hacer a menos que esté desnuda!— le ha gritado mi vecina a su marido, y ha entrado en su casa dando un portazo que lo ha hecho saltar a él, al gato sobre el tejado, a los cuervos en la copa los abedules y a Mariana detrás de la taza de té.
Luego todo se ha quedado muy, muy quieto, y me parece adecuado. Nunca se sabe cómo va a terminar un viernes que comienza con una ventolera de sinceridad.
La carne de gallina. Desnuda, claro.
ReplyDeleteSon días para enroscarse sobre la cola y lamer lo que trae el viento, ya sean hombres o gallinas.
Delete¡Oh! ¡Encuerismos al pie del café, buen pellizco para la mañana!
DeleteY yo pensando en Némesis -a quien los gringos se han encargado de vulgarizar, pero esa es otra historia- que era representada por los antiguos con un dedo sobre los labios y el codo doblado: el codo es la medida que el hombre no debe rebasar jamás, y el silencio se impone para no atraer la ira divina.
DeleteY sé que cuesta, pero ando aprendiendo que hay cosas que suenan mejor mucho después que se piensan, desnudas sí, y con rabia, pero sin testigos.
Lo de "a menos que esté desnuda" ya ha dejado fuera de juego al marido. Seguro que todo empezó a ir mal por no ponerse sombrero hongo, gorro de lana o casco de motorista por la mañana.
ReplyDeleteLas ventoleras de sinceridad siempre terminan con un portazo.
Yo recomendaría una capa. En el peor de los casos siempre podría aprovechar la ventolera y volar lejos.
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