Últimamente tengo la impresión de que no pasa día sin que vea al menos dos o tres decenas de fotos donde aparecen máscaras de gas. Es comprensible, la fascinación por la memorablia bélica es algo que muchísima gente -entre ellas mi padre, que sueña con una colección- comparte.
Yo, en cambio, no siento por ellas predilección alguna, porque por más que las asocie a dos de las cosas que más me gustan en el mundo, los libros de Neil Gaiman y la música de Kaizers Orchestra, también las conecto inevitable y tristemente a un espectáculo lamentable: tres o cuatro docenas de niños rojiblancos saliendo de sus aulas en estampida, desconcertados por el sonido penetrante de una sirena que aullaba de pánico y los gritos de los maestros exitados, tratando de ponerse como mejor podían una máscara antigas rusa que apestaba a goma húmeda, metiéndose en un agujero largo cavado debajo de un flamboyán y esperando, con el corazón desbocado y las blusas del uniforme empapadas de sudor, el ataque de un enemigo que en ese mismo momento se tomaba otra de las Coca Colas del olvido nuestro de hacía tres décadas.
Supongo que es un trauma. Uno de tantos, dirán por ahí.
That's why trauma shapes sexuality. Good luck! ; )
ReplyDeleteAnd to you, Sir! ;)
Deleteme parece fabuloso! yoyo.
ReplyDeleteMe alegro. :)
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