Esto es cierto: madurar es atreverse. A mostrar las fotos de tu adolescencia, y reírte de ti misma. A salir a la calle con la cara lavada, porque es así como te gusta ir. A tener lirios y prender incienso y cocinar con canela y a que te importe un comino que los olores se superpongan. A sostener la mirada con la boca llena.
Madurar es también sortear el corazón. Mi ciudad pasa por un ciclón, y acaba de morir el padre de alguien que masajeaba mis dolores de cabeza en la palma de mi mano, con un índice y un pulgar y una sonrisa, sin poder decirle que lo siento. Los primeros hielos han llegado, los pájaros se vuelven serios; cualquier otra impresión es superflua.
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¡Habla, pueblo de Aura!