Existe un país donde la gente apenas habla. En cambio, tienen una Gran Fábrica de Palabras.
En ese singular país hay que comprar las palabras y tragárselas para poder decirlas.
En la Gran Fábrica de Palabras la gente trabaja noche y día. Las
palabras que salen de las máquinas son tan diferentes como los idiomas.
Hay palabras que valen más que otras, y uno no las dice a menudo a
menos que sea muy rico. En el país de la Gran Fábrica de Palabras hablar
cuesta mucho.
Los que no tienen dinero buscan de vez en cuando entre la basura,
pero las palabras que encuentran no son muy interesantes. Hay muchas
"sopa de aire" y "panecillos de espera", allí.
En la primavera hay rebaja de palabras, y se pueden comprar algunas
realmente baratas. Pero no son palabras útiles, en su mayoría. ¿Cuántas
veces al año puede uno decir "ventrílocuo" o "rododendro"?
A veces ocurre que hay palabras flotando en el viento, y los niños
salen a perseguirlas con sus redes para cazar mariposas. Luego van,
orgullosos como gallos, y las muestran a sus padres durante la cena.
Felipe ha cazado hoy tres palabras, pero no va a decirlas sino a
guardarlas para alguien que le importa mucho. Mañana es el cumpleaños de
Sara.
Felipe está enamorado de ella. Le gustaría decirle "te quiero", pero
no tiene suficientes monedas en su alcancía. Por eso va a regalarle las
palabras que ha cazado: "Cereza. Polvo. Silla".
Sara vive en la casa vecina. Felipe llama a la puerta. No saluda "Hola, cómo estás?" porque no tiene esas palabras ahorradas.
En cambio sonríe. Sara tiene puesto un vestido color cereza, y ella también sonríe.
Detrás de ella asoma Oscar. Oscar es el mayor enemigo de Felipe. Sus
padres son muy, muy ricos, pero no es por eso que Felipe lo odia. Oscar
no sonríe. Oscar habla, le habla a Sara.
"Te amo con todo mi corazón, dulce Sara. Algún día nos casaremos, estoy seguro de ello."
"Eso ha de costar una fortuna", piensa Felipe. Sara sonríe aún, pero Felipe no sabe para quién.
Los ojos de Oscar brillan de seguridad. "Mis palabras son tan
pequeñas", piensa Felipe, y respira hondo mientras piensa en todo el
amor que lleva dentro.
Y entonces le dice a Sara las palabras que lleva guardadas, y las
palabras van hacia ellas como luciérnagas resplandecientes: "¡Cereza...!
¡Polvo...! ¡Silla...!"
Sara ya no sonríe. Se podría creer que tampoco ella tiene palabras en
su alcancía. En cambio se acerca a Felipe, y lo besa muy suave en la
mejilla.
A Felipe le queda sólo una palabra. La encontró hace tiempo, en un
basurero, entre cientos de "sopa de aire" y "panecillos de espera".
Esta palabra le gusta mucho, por eso la ha guardado para una ocasión especial. Y esa ocasión especial acaba de llegar.
Felipe mira a Sara muy fijo a los ojos y dice: "¡Más!"
Texto: Agnés de Lestrade
Ilustración: Valeria Docampo
Guión y dirección: Katja Olevskaja
Este es un cuento maravilloso que suelo leer para mi hijo. Las palabras son mi mundo, y querría que fuese también suyo pero sobre todo, sobre todo, me gustaría que alguna vez, cuando sea un hombre con barba y botas pesadas, recordara que la sonrisa de Sara fue para Felipe.
Notita: Lo del guión y la dirección es una broma, un pedacito de nostalgia. La traducción, en cambio, es mía; está hecha del noruego al español, porque es en noruego que tengo el libro, y puesto que es mía, es mediocre. Si alguien conoce una versión mejor, en castellano, que no dude en mostrármela, un cuento tan bonito merece una traducción perfecta.
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