21:18 Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere;
21:19 entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva;
21:20 y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho.
21:21 Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá.
Deuteronomio, cp 21
Hace unas semanas los diarios publicaban el caso de una madre somalí que había perdido la custodia de sus cuatro hijos por maltratarlos físicamente. En su defensa, la mujer adujo que en su país es normal azotar a los niños cuando no obedecen y que ella desconocía que el castigo físico está penalizado en Noruega.
Ahora tenemos a dos noruegos, que sí conocen a la perfección las leyes del reino pero que en cambio aducen que castigaban a sus hijos con la bendición del líder espiritual de la comunidad religiosa a la que pertenecen.
En ambos casos predomina, a mi modo de ver, el deseo de bagatelizar los hechos escudándose en la ignorancia y las malas compañías. Lo cierto es que no hace falta venir de una cultura exquisita de guantes blancos, ni leer a diario tratados de pedagogía para saber que un niño que es golpeado por sus padres, que se supone sean los llamados a defenderlo y cuidarlo de cualquier mal, desarrolla un trauma, más o menos visible, según el grado del castigo - y esto lo recalco, no creo que una nalgada ocasional devenga en una psicopatía si no existen otros agravantes- pero sí presente, porque la humillación y la tristeza que acompañan al castigo perduran, mientras que el dolor pasa. La religión no puede nunca justificar el abuso, ni pueden las tradiciones ni el desconocimiento.
Los niños tienen derechos tan sagrados como los de los adultos, y yo particularmente estoy feliz de pertenecer a una sociedad que castiga a quienes los violan. Aquellos que llegan con culturas diferentes han de acatarlo, los que practican credos imposibles también: nadie está por encima de la ley.
Totalmente de acuerdo, mujer. Imagino además que haya cursos para la integración y esas cosas, como en Canadá.
ReplyDeleteLos hay, y desde el año pasado es mandatorio tomarlos junto con las clases de idioma para obtener el permiso de residencia en el reino.
ReplyDeleteEl problema es que todo el que llegó antes puede seguir aparentando ignorancia y escudándose en ella para hacer lo que les da la gana. Ahí los ves, masticando khat en la calle, o intentando tocar a las muchachas que se asolean semidesnudas en los parques, y si los pillan, bueno, ellos no sabían...