Lleva un sombrero hongo y un grueso cardigan masculino. A modo de chaleco se ha puesto una bufanda larguísima, atada de la manera en que se atan las madres africanas los trozos de tela para cargar a sus bebés. Camina con las manos en los bolsillos y la mirada perdida, encorvada por la llovizna.
Los que de ella se rien, los que se hacen guiños cómplices, los que estiran el cuello para verla mejor, van vestidos de Armani, con corbatas rosa, zapatos lustrosos y gomina en el pelo.
Ella se aleja sin prestarles atención. Debajo de su sombrero waistiano hay una cascada de crespos dorados, y el cardigan no alcanza a disimular la esbeltez de su cuerpo. Los ojos vagos tienen el color del mar, las manos pálidas en el frío otoñal parecen pájaros.
Es un ángel. Ha caído, pero le bastará una brisa leve para remontar vuelo y dejar atrás a los pobres pavos reales.
Foto: Tina Modotti
Por una parte, muy lindo tu escrito, me encanta como siempre. Por otra, la gente superficial que siempre se empeña en juzgar por las apariencias!
ReplyDeleteSi los hubieras visto, dándose codazos los unos a los otros para que nadie se prediera el espectáculo...Me dieron ganas de tener un pomito con sangre menstrual que tirarles a la cara, como las brujas de antaño.
ReplyDeleteEso me da mucha tristeza y mucho genio, Vane, la gente es muy insensible. Y a cualquiera le puede pasar, caer en un bache.
ReplyDeleteAquí hay espacio para todos, pero siempre hay un cretino. O cinco.
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