“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Monday, 11 April 2022

La Ley de Jante


En Noruega, cuando alguien pretende menospreciar los logros de otro o hacerle sentir mal por ellos, decimos que aplica la "ley de Jante". 

La ley de Jante son diez mandamientos ficticios formulados por el escritor Aksel Sandemose en su novela "Un fugitivo cruzar sus huellas", publicada en 1933. En palabras del autor, la ley refleja la maldad humana, su infinita capacidad de empequeñecer y aplastar a todo el que intente sacar la cabeza del rebaño. Un "jante" en tiempos antiguos, significaba una minucia, algo sin importancia ni valor. "No tener un jante en el bolsillo" era equitativo a no tener ni un centavo.

Esta ley se extendió por Escandinavia y luego por el resto del mundo. Reza así:

1. No debes pensar que eres algo especial.
2. No debes pensar que vales tanto como nosotros.
3. No debes pensar que eres más inteligente que nosotros.
4. No debes pensar que eres mejor que nosotros.
5. No debes pensar que sabes más que nosotros.
6. No debes pensar que eres más valioso que nosotros.
7. No debes pensar que tú sirves para algo.
8. No te burlarás de nosotros.
9. No debes pensar que le importas a alguien.
10. No debes pensar que puedes enseñarnos algo. 

Por fortuna, vivimos tiempos en que la sociedad aplaude las capacidades individuales, aunque los noruegos retienen un poco de aquellos tiempos duros que vivió Sandemose: la humildad sigue siendo la más brillante de las cualidades. 

Canción de verano



Cada día de verano es un regalo
un regalo -Dios sabe de quién.
Pero yo agradezco y reverencio,
y la orilla suspira,
y las olas sonríen,
y el duro granito parece de seda
al pasar.
Buen día.

Cada día de verano es una barca,
navegando en su propio mar.
Yo estoy a bordo, yaciendo muy vivo,
y sobre mí se mueven amistosas nubes 
que nada me piden.
Buen día.

Buen día, montañas soleadas.
Buen día, vida.
Buen día, agua salada y gaviotas y macarelas fritas.
Buen día, verano.
Buen día.

Odd Børretzen. Escritor, ilustrador, traductor y vocalista noruego.

Ruedas

El negrito de la esquina, lo llaman.

Es un muchacho largo y flaco, con manos de mono y piernas cenicientas y unos ojos como de Aponte sobresaliendo en la cara. Definitivamente afeminado pero sin atisbo de delicadeza, sus gestos son los de su madre, la mujer más pendenciera y descosida de la cuadra, una negra que incluso la mamasanta teme, pues el veneno de su lengua no conoce el cerco de los dientes.

Se ha hecho de unos patines, este negrito; unos patines rusos, viejos de muchos años, oxidados y feos, que él se ata a los pies desnudos con varias vueltas de cordón. Sobre ellos anda como una exhalación, sacándole chispas a la maltratada calle y haciendo un ruido infernal. Los vecinos le tienen prohibido montarlos a la hora de la novela, regla que le molesta y que ignoraría con gusto si no fuera porque su madre es adicta a los amores de pantalla, y por una vez le ha dado la razón al vecindario.

El perro del negrito es un pequeño salchicha, color de caramelo. "¡Cacharro! ¡Cacharro!" grita su dueño varias veces al día mientras lo busca por el barrio con la cabuya de atarlo en la mano, y Cacharro se esconde y aguarda porque no pierde la esperanza que un milagro baje y alguien le regale al negrito unos patines nuevos -unos de esos que se ven en la televisión, con varias hileras de ruedas y soportes y correas; artefactos tan relucientes, tan modernos, tan enmarañados que no parecen para humanos- que lo hagan olvidarse de todo y más que nada de él.
Pero los milagros no abundan, los patines no llegan y el negrito sabe dónde buscar. Y encuentra, siempre encuentra.

 Entre la fetidez del cerdo tumbado en un rincón de la sala, bajo la techumbre semiderrumbada de la vieja farmacia que ha ocupado con su madre, acurrucado en el catre, el negrito duerme. Sueña con la niña rubia que viene de afuera, la única que le sonríe al pasar; en el sueño patinan juntos, y ella es su amiga. A los pies del catre, Cacharro sueña que es amigo del negrito.

Formas de regresar a casa

La voz de Billie Holiday.

Los zapatos cómodos, las bragas mínimas.

Hemingway, el vino tinto, los gatos mansos.

Un jabón que huele a tu papá.

Un balance.

Una buhardilla.

El olor de la bahía cuando entras a La Habana.

El trueno de las tres de la tarde.

Las risas de tus hermanos.

Las manos grandes.

Tu mamá, entre helechos, de mañana.

El viento. Los sauces. El viento en los sauces.

Hacer el amor hasta que duela.

Una camisa de flanela.

Las medias de lana cruda.

Los recuerdos buenos que otros tienen de ti.

Las cicatrices.

La lluvia.

Un hijo que ya no tiene fiebre.

El olor a lavanda en la almohada.

Una canción que te gusta, en la radio.

Las películas francesas.

Las berenjenas.

Mirarte al espejo y parecerte a la tía Teresa.

Tu ciudad, cuando cae la tarde.

El mar. El mar. El mar.



De cuentos y agujeros

Es el agujero lo que vemos, no la montaña sobre la isla de Torget. Esta peculiar formación, una de las atracciones turísticas más visitadas de Noruega tiene una saga. 

Al norte del reino vivió una vez un troll llamado Hestemannen, que fue a enamorarse de Lekamøya, la huldra más bella de cuantas hubo existido. Una noche, mientras Lekamøya se bañaba en las verdes aguas del lago Landego, Hestemannen se acercó sigilosamente, con intenciones de raptarla; la huldra, sin embargo, lo descubrió, y huyó despavorida. Hestemannen montó en su caballo y la persiguió, pues estaba decidido a hacerla suya.

Lekamøya se adentró más y más en e bosque, buscando el sur; cuando el día se acercaba había llegado a Brønnøysund. Hestemannen comprendió que no le daría alcance antes del amanecer y, ciego de ira, decidió que prefería matarla a perderla: tensó su arco, y le apuntó. El rey troll de Brønnøysund, que había estado mirando la cacería, quiso salvar a Lekamøya, y arrojó su sombrero entre ella y la flecha; el sombrero quedó atravesado y cayó a tierra, mientras salían los primeros rayos del sol. Ahí sigue, el gran monte agujereado, el testimonio de un historia de amores y maldades.


La última bruja

Hay, en la mitología popular noruega, una figura trágica y fascinante: Lisbeth Nypan, la última mujer condenada a morir en la hoguera bajo cargos de brujería.

Lisbeth era una mujer humilde en el pueblo de Kattem, y se preciaba de poseer dones para curar leyendo en la sal; utilizando entre otros oraciones y conjuros sacados del Libro de Cipriano, aliviaba dolores y enderezaba huesos, a cambio de un pequeño pago. 

Para leer en la sal, la curandera llenaba de sal un saquito, que pasaba por el cuerpo del enfermo; luego vertía la sal sobre un plato y seguía el trazo que hubiese formado mientras leía un conjuro, identificando así el mal. 

La Iglesia veía estas prácticas como algo común que en todo caso merecía una multa o una reprimenda; en cambio recurrir a un maleficio para dañar a una persona o animal, o arruinar una cosecha, era penado con la muerte. Y de esto precisamente se acusó a Lisbeth.

Su marido era un campesino pendenciero y borrachín, que no dudaba en recordarles a quienes se le enfrentaban con quién estaba casado; la amenaza de un maleficio era entonces suficiente para zanjar la disputa. Hasta el mal día en que, después de una discusión con Ole, un hombre del pueblo cayó gravemente enfermo; su familia acusó a Lisbeth de haber causado la enfermedad con sus hechizos, y la pareja fue apresada. 

Durante el juicio, Lisbeth admitió sus métodos pero negó que los utlizara alguna vez para otro fin que el de sanar. Negó también cualquier conspiración con el Diablo u otras potencias malignas, pues siempre había invocado el santo nombre de Jesús en sus oficios. Uno de sus conjuros fue presentado durante el juicio:

"Para (traer) la pureza
Jesús cabalgó sobre el páramo, se puso de pie, e hizo sanar la pierna, la marca (cruz) del Señor en carne, piel, huesos.
Desde entonces como antes. La Palabra de Dios. Amén".

Los magistrados, empero, reclamaban una confesión contrita; su ausencia fue tomada como prueba de culpabilidad. En el acta levantada contra la pareja consta que sus lazos con el Diablo eran tan estrechos, que les impedían confesar la verdad, incluso después de haber sido torturados.

La sentencia no dejó espacio para dudas: Lisbeth era una bruja, y debía arder en la hoguera. Ole, en calidad de cómplice de la hechicera, también fue condenado a muerte, aunque de manera menos cruel: su cabeza sería cortada por el sable de un verdugo.

Lisbeth fue ejecutada en el otoño de 1670. Fue entonces que, de ser una mujer corriente, pasó a ser una leyenda. Se cuenta que, de camino a la hoguera, sus ojos brillaban de odio de tal manera, que hubo que vendárselos; los testigos de la ejecución no tuvieron un segundo de paz por el resto de sus días, pues Lisbeth, en espíritu, se encargó de mortificarlos. Se le atribuyeron desgracias y plagas, y su nombre fue el terror de los niños durante muchos años. 

En tiempos modernos, Lisbeth ha sido considerada la última víctima de la violencia oscurantista del medioevo en el Reino, y su nombre ha sido dado a una calle en Kattem. Una hermosa escultura que la representa ha sido levantada en el lugar de su ejecución.