Hay un señor muy gordo que insiste en bañarse en el mismo lugarcito. Él está en la playa y no me ve; en cambio yo lo observo desde la terraza, un par de metros más arriba. Así he podido ver que cada vez, al salir del mar, se baja el bañador y se sacude la arena de sus partes pudendas: una perinola de querubín que ni siquiera el calor del mediodía ensancha o alarga.
La primera vez he elevado los ojos al cielo: ¿por qué a mí, Dios de los pobres? Pero vamos por la cuarta, y he de contenerme porque después de quince días tengo la raza en la punta de la lengua, con toda probabilidad de escape: "¡Guárdese eso, que ahí no hay coló!"
Benalmádena, Agosto del corriente
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¡Habla, pueblo de Aura!