La semana pasada Ana me recordó que hace unos años celebramos su cumpleaños en mi casa. Que hizo el largo viaje de Estocolmo a Oslo, que nos quisimos al instante y para siempre. "La melena más linda, las rosas más anaranjadas, el bacalao más rico."
Un arbolito de navidad hecho con libros, eso me esperaba en el buzón hace unos días; Sandra lo vio y pensó en mí. Le he prometido montar uno, por las sonrisas.
Antes de ayer Patricia me envió un mensaje desde La Habana, desde la casa de sus padres, donde estaba con ellos. Me mandaba abrazos y sus saludos, aunque no me conocen.
Romy me hace compañía con las ojeras; debajo de sus molinos de viento viven mis gatos de cinco patas.
La Maga está ahí siempre, a medio timbrazo, si me ahogo de llanto o de alegría; para quitarme el mundo propio de los hombros un rato y ponerme el suyo, y terminar hablando de todo, con el corazón y las tripas en la mano, con las palabrotas que sólo decimos cuando estamos muy borrachas de risa, con las reflexiones que nos saca ese cinismo tierno que incubamos, con la rabia y el amor por tanto en la yema de los dedos.
Todavía hay una flaquita que recuerda muy bien cuándo ambas lo éramos, y una mulata que sabe que si alguien canta "Un año de amor" siempre soy yo.
Y yo, que siempre he sido de tan pocas amigas, descubro ahora, justo antes de coserme al bies de la enagua el último año de la treintena, que tengo todo un puñado, y ellas a mí, con todo y los resabios, con todo y la ferocidad de la ternura, con todo y que no me soporte a veces.
Lo cual es bello e instructivo, como diría mi amado Juanito. Pero además es cierto, que no es lo mismo pero es igual.
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¡Habla, pueblo de Aura!