Entonces lo vi. Muy negro, muy Aubade, con su encaje y sus cintas, pero con apertura francesa. Definitivamente puto, pero elegantemente así. Carísimo -y aquí he de admitir que cierta tacañería intelectual me asaltó: daba como para diez libros de tapa dura- pero sublime en su simplicidad: el tipo de prenda que ocupa tres centímetros en la gaveta, y los cuatro lóbulos occipitales de un hombre durante décadas.
No pude evitar una sonrisita mientras la tendera lo envolvía en papeles de seda; seguía ahí cuando me lo puse esa noche, entre una nube de L'Air du Temps; incluso mientras mantenía el equilibrio sobre los tacones vertiginosos seguí sonriendo. Y es que es curioso, que tenga una que estar al doblar para siempre la esquina de los cuarenta para llegar a este grado de inspiración y de seguridad en sí misma; si le hubiera pasado por el frente a un moño de cintas rojas no dudo de que lo habría comprado también.
"Wow" es un americanismo que yo no utilizo. Me gustan demasiado los cuatro idiomas que hablo y sus vericuetos como para expresar asombro con algo tan exiguo; pero he de reconocer que esa noche "wow", acompañado de una mirada a lo Whistling Wolf, fue un buen resumen. Lo otro habría sido componerme algo a lo Leonard Cohen, y no hay que exagerar.
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¡Habla, pueblo de Aura!