De alguna manera, me recordó a mi madre, hace apenas unos meses, mirando incrédula un programa de televisión sobre Cuba. En algún momento el malestar pudo con ella y exclamó, con toda la indignación de su condición de blanca de Castilla: "¡Qué barbaridad! ¡Ahora en Europa pensarán que en Cuba somos todos negros!"
Cada uno escoge las heridas por las que quiere respirar. Y escoge los árboles de los que quiere colgarse. Y escoge las mentiras que quiere creer, y las ilusiones que quiere seguir regando con una latica, y los sueños que quiere coserle a la almohada, y las narices de los ositos para restregar la inocencia. Dios sabe que yo, entre todas, soy la menos adecuada para pedirle a nadie pragmatismo alguno: mi reino no será nunca de este mundo.
Pero aún así, aún así, por mucho que uno no viva como piensa sino piense como vive, por más que vista haga fe, por más que a veces sea necesario meter el dedo en la llaga como Tomás, llega un momento en que la realidad se impone con todo su ordinario peso y no hay más remedio que pestañear rápido para que pasen las lágrimas, y respirar profundo, y regalarle al olvido la cajita de pastillas de violetas donde guardabas precisamente este amor y admitir que sí, que se lo llevó el carajo.
Foto: Wanda Canals Fleitas |
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