"Mucho, mucho", dijo ella. Y luego habló para sí misma. "Como se quiere a las putas; con todo el corazón pero sin respetarlas; con una mezcla de rabia y asco y pena; sin hacer alarde de ello por vergüenza; hasta la muerte, pero lamentándolo."
Fue un discurso breve, sin eco. Sólo el gato y yo, sentada debajo de la mesa de coser, lo vimos rodar hasta el tiesto de las violetas y esconderse allí los próximos treinta años, satisfecho.
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¡Habla, pueblo de Aura!