For someone's got to sing the stars
And someone's got to sing the rain
And someone's got to sing the blood
And someone's got to sing the pain
Creo que debo comenzar por la negrura. La que me devolvió mi refelejo en la vidriera, desde los zapatos de tacón hasta el cabello, y me hizo caer en cuenta de que me había vestido para un funeral. La de la noche otoñal, cerrada y húmeda. La suya, luego, desde el pelo hasta la punta del zapato pero sobre todo en la mirada, porque hay veces que el azul más puro no disimula el pozo.
Y luego, todo. El pequeño rosario blanco que aprieta en su puño mientras habla. La voz rota. La belleza enorme. La esposa etérea. El niño protector. Las lágrimas poniéndole zancadillas a la lógica. Una mano grande apretando la mía. El silencio de catorce almas que no se atrevieron a respirar demasiado alto hasta que se encendieron las luces. El ángel de la muerte, quinceañero, ojiazul, aleteando en cada segundo, llenándolo todo. Y Jesús, mintiendo.
Fue un funeral, uno de esos a los que nadie nunca debería asistir, porque ningún padre, nunca, debería enterrar un hijo. Fue un momento extraño, íntimo, como meter la mano en las entrañas de alguien y sentirlas calientes, palpitantes. Fue una mirada única, irrepetible, dentro de la concha del vampiro, que ha vuelto a cerrarse para siempre. Fue una noche de las que se sale más viejo, más bello. Fue un sueño para sollozar bajito. Fue una muñeca tatuada más tatuada que nunca.
Árbol de los esqueletos, manténte firme.
Lindo!
ReplyDeleteFue interminablemente hermoso, e interminablemente descorazonador.
DeleteBesos de mar, Paty.