"Dios mío, pareces de veinte años", ha dicho mirándome de arriba a abajo. También yo me he mirado, pero de abajo a arriba: zapatillas deportivas con aditamentos ortopédicos para el dolor eterno de los pies planos; pantalón deportivo de alguna marca que no alcanzo a reconocer, porque no lleva letras sino signo; camiseta de Nirvana; coleta- porque desde que me corté el pelo los rizos andan a lo Shirley Temple, enseñado el uan, tu, tri-; y manos sumergidas en la masa de las albóndigas italianas.
Veinte años. Según Gardel, nada. Y puede que haya tenido razón, recostado de la pared del arrabal; la edad es nada sin el instinto, sin ese saber exactamente qué pasa aunque el mar lo niegue, sin la necesidad de saltar contra la coriente, por fuerte que esta sea.
Dímelo otra vez, Carlitos, a ver si me lo creo.
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¡Habla, pueblo de Aura!