“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Tuesday, 27 September 2016

La guerra no tiene cara de mujer

"Yo me había examinado en la facultad de medicina. Cuando regresé a casa, mi padre estaba enfermo. Y de repente, comenzó la guerra. Recuerdo que era de mañana. Supe esta terrible noticia una mañana. El rocío en las hojas de los arboles aún no se había secado, ¡y vinieron a decirnos que había estallado la guerra! Y este rocío que yo acababa de descubrir sobre la hierba y los árboles era tan límpido- solía pensar en ello luego, en el frente. La naturaleza contrastaba con lo que ocurría con los seres humanos. El sol brillaba, las flores de manzanilla, que eran mis preferidas, llenaban las praderas...

Recuerdo que una vez nos escondimos en un campo de trigo, un día soleado. Las ametralladoras alemanas hacían ta-ta-ta, y luego el silencio.Y nosotros escuchábamos el susurrar del viento en el trigo, hasta que volvía el ta-ta-ta. Y yo pensé: ¿volveré a oír alguna vez, otra vez, el susurro del viento en el trigo?"

Marija Afanasievna Garatsjuk, médico de campo

Siempre he pensado que las mujeres deberíamos escribir la guerra. Si así fuera, no habría necesidad de ello: los hombres pasan los acontecimientos por el tamiz de la grandeza o de la humillación total, porque ser héroes o vencidos les es inherente. Nosotras pasamos todo por filtro de un útero: estamos hechas para dar vida, la guerra nos es abstracta por naturaleza.

 Este es un libro comprado al azar, impulsivamente; todo lo verdaderamente necesario para el corazón  ha llegado siempre así a mi vida. Creo que me están saliendo canas por cada historia, pero no querría algo diferente para este otoño: saber es la única manera de sentir bien.







Saturday, 17 September 2016

Friday, 9 September 2016

Just breathe

For someone's got to sing the stars
And someone's got to sing the rain
And someone's got to sing the blood
And someone's got to sing the pain


Creo que debo comenzar por la negrura. La que me devolvió mi refelejo en la vidriera, desde los zapatos de tacón hasta el cabello, y me hizo caer en cuenta de que me había vestido para un funeral. La de la noche otoñal, cerrada y húmeda. La suya, luego, desde el pelo hasta la punta del zapato pero sobre todo en la mirada, porque hay veces que el azul más puro no disimula el pozo.

Y luego, todo. El pequeño rosario blanco que aprieta en su puño mientras habla. La voz rota. La belleza enorme. La esposa etérea. El niño protector. Las lágrimas poniéndole zancadillas a la lógica. Una mano grande apretando la mía. El silencio de catorce almas que no se atrevieron a respirar demasiado alto hasta que se encendieron las luces. El ángel de la muerte, quinceañero, ojiazul, aleteando en cada segundo, llenándolo todo. Y Jesús, mintiendo.

Fue un funeral, uno de esos a los que nadie nunca debería asistir, porque ningún padre, nunca, debería enterrar un hijo. Fue un momento extraño, íntimo, como meter la mano en las entrañas de alguien y sentirlas calientes, palpitantes. Fue una mirada única, irrepetible, dentro de la concha del vampiro, que ha vuelto a cerrarse para siempre. Fue una noche de las que se sale más viejo, más bello. Fue un sueño para sollozar bajito. Fue una muñeca tatuada más tatuada que nunca.

Árbol de los esqueletos, manténte firme.