Una sabe que va madurando bien cuando tiene amigas bellas e inteligentes que piensan que una también lo es, y con la cuales puede soltarse cualquier tarde en una orgía de perrerías sazonadas con Silvio, melenas muy negras, palabrotas jugosas y con todas sus sílabas, copas, cigarrillos, y carcajadas para cuervos.
Más de ellas, padre Odín.
“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”
E. Hemingway.
E. Hemingway.
"París era una fiesta"
Friday, 27 May 2016
Wednesday, 25 May 2016
Rather your legs than your heart
¿Dónde, en efecto? ¿Qué fue de aquella raza de hombres altos de manos
como prados y pechos como almohadas? ¿De los hombres con que las niñas
substituían a sus padres? ¿De los hombres que no golpeaban jamás después
de haber sonado la campana? De los hombres que usaban camisetas blancas
debajo de la camisa, tenían enemigos jurados desde el tercer grado,
lucían dos o tres cicatrices inexplicadas en el cuerpo, no necesitaban
abridores para las conservas, sabían silbar, podían leer en voz alta,
arreglar una silla y hacer callar al perro y además cambiar el centro de
gravedad de tu cuerpo al primer impacto. Esos hombres, ¿se
extinguieron, como los dinosaurios? ¿Murieron achicharrados, pegados una
bombilla que no resultó ser la luna? ¿O andan aún por los rincones,
acurrucados contra las rendijas, buscando calor, amedrentados por la
reinante tribu de princesos?
No lo sé. Lo único que tengo claro es que se extrañan, que hay cosas que
sólo una barba (visible o no) puede solucionar. Así pues, Ernestos
honestos, come out, come out, wherever you are: aún quedan Leopoldinas
por enterrar.
Saturday, 21 May 2016
Volver a los diecisiete
Tener a mis padres en casa significa, entre muchas otras felicidades, despertar con esto, como antes:
Thursday, 5 May 2016
Leche y miel
Veo a Tilda Wilson en La Habana; láctea, exquisita dentro de su camisola alba con mangas protectoras, y he pensado en mi abuela, en sus misas de madrugada y sus polvos de arroz sobre el cutis perfecto que 106 años no lograron arrugar; en mi tía Teresa, que tendía la ropa antes de que saliera el sol y la recogía después del ángelus; en mi madre, con su belleza de valkiria escondida siempre tras las pamelas; en mí misma, escudada en factores cincuentones y sombras bienechoras; huyendo incluso del pálido sol escandinavo.
Somos las mujeres del Gabo, protegiéndonos del sol como de un contacto indigno. Pero también somos las que luego, aún de cadáveres, recogemos piropos.
Somos las mujeres del Gabo, protegiéndonos del sol como de un contacto indigno. Pero también somos las que luego, aún de cadáveres, recogemos piropos.
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