Y ahora resulta que va y se muere Alan Rickman, que era un actor de primera categoría y que además tenía una de esas voces en las que yo podría perderme cada noche: una voz como una manta que abriga, como el pelaje de un gato, como un túnel seguro. Escucharlo leer era, es, uno de esos placeres lícitos que tienen sabor a pecado.
Que descanse en entre los brazos de Melpómene: ella sabrá mimarlo como merece.
ps.Paso ya de decirle al Viejo del Cielo cualquier cosa: yo no hablo con sinvergüenzas.
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¡Habla, pueblo de Aura!