“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Wednesday, 26 March 2014

Tiznado


Ella tiene ahora tiene seis años  y una fiebre que le ha tomado cariño. Su madre tiene que salir, y me llama para preguntar si puedo cuidarla hasta que regrese.

Las ojeras se le alegran cuando me ve llegar, y en menos de nada estamos las dos en el sofá, yo jugando con los dedos de sus pies y ella con mi melena, mientras le leo un libraco sobre la vida y obra de las princesas que tenía preparado. A los pocos minutos, sin embargo, interrumpe.

—Resulta que tengo un novio—, dice mirándome  a los ojos con sus dos aceitunas muy abiertas. Comprendo que el asunto es serio, y la miro fijo de vuelta.

—Cuéntamelo todo ahora mismo— le digo, y  ella se suelta en una llovizna primaveral salpicada de detalles sobre el chico, que se llama Andrés, va a su mismo kindergarden, es moreno, tiene una bicicleta verde y una boca que sabe a arándanos porque usa pomada, y además lleva trenzas.

—Lo de las trenzas no me acaba de convencer,— dice con una ceja enarcada.—Sólo las niñas han de llevar el pelo largo.

—En lo absoluto,—contesto muy rotunda—, los muchachos también pueden hacerlo. De hecho, cuando yo tenía tu edad me moría por los chicos con pelo largo. También más tarde, incluso.

 —¿En serio?

—Totalmente.

 —Y tú, ¿eres muy lista?

—Bueno, tengo mis días, sí.

—Hmm. Después de todo quizás no sea una mala idea tener un novio con pelo largo. Me pregunto dónde viviremos cuando nos casemos. Aquí no será, claro, porque en mi camita no cabe, pero quizás en casa de sus abuelos, que tienen una gran granja con animalecos. Él mismo es un poco ternero, creo.

La llegada de la madre interrumpe las confidencias, pero igual ya hemos terminado de arreglar la vida. El mundo ahora es más legible para ella y para mí, y mañana, cuando abra el kindergarden, lo será también para Andrés, el novio mugiente.

Thursday, 13 March 2014

Cuento de jueves

Era negro como la miseria, con unas manos amplias que no conocían más camino que el mango de la azada con que limpiaba los jardines y unos dientes enormes que a los que pertenecía por completo. Le decían Mafifa y se burlaban un poco, pero a él parecía tenerlo tan sin cuidado como el chirrido penitente de aquella carretilla oxidada de muchos siglos donde cargaba sus trastos.

Una mañana andaba desyerbando el patio de Elena, blanca y naranja, hija única de los Bonson, los que desenterraron las botijas llenas de oro. Al atardecer siguiente estaba limpiando los canteros de claveles de la entrada, observado por ella desde la mecedora, y al otro día atendía los galanes de noche que crecían debajo de las ventanas enrejadas. El jueves ya no estuvo.

Por mucho tiempo no lo vimos. La carretilla terminó de aherrumbrarse y se llenó de campanillas, y las señoras buscaron otros mocetones para mantener a raya sus malas hierbas. Un buen día, sin embargo, todo el que quiso pudo observar a un Mafifa, que ahora se llamaba Francisco, limpiecito y vestido con una guayabera de monograma bordado, paseándose despacio por el pueblo y sonriéndole a la vida desde una boca donde no quedaba siquiera un diente que empañara su dicha.