Una gota de sudor me corre por la espalda, elude el cinto del vestido, se escurre por la cadera y va a parar a la parte interior de mi rodilla. Son las tres de la tarde en la Habana Vieja, llevo una hora rodeada de libros y libreros, de antiguallas y anticuarios, y ya me voy, porque por más que pregunto no me encuentro, cuando lo veo abriéndose paso entre catres y estantes.
-¡Señorita! ¡Señorita! Mire, encontré un libro ruso para usted. Y sonríe con sus dientes blancos de mulato joven mientras me extiende ceremoniosa, regocijadamente, una copia malparada del El Capital.
Me ajusto los lentes de sol para que no me vea llorar; él no tiene la culpa de que un ventarrón de desgracia se llevara para siempre aquella generación que sabía de Chejóv y Norstein, y de rinocerontes que se negaban a comer en ciudades de otoño a medio dibujar.
Le compro un afiche de consolación y reanudo la marcha, sintiendo en la espalda los ojos de la catedral bañada en tejas. "Mi niña es de tinta", diría él, pero a lo mejor es hora de crecer.
Gracias mil. :)
ReplyDeleteCrónicas cubanas que rezuman nostalgia, sensibilidad y, como siempre, buenísima escritura.
ReplyDeleteMe ruborizaría si no fuera porque tengo una reputación que cuidar. Muchas gracias, Jánter.
DeletePos lo que digo, la literatura se anda perdiedo una escritora notable, ilustre. ¡Acabe de publicar, mi gatubela amiga!
DeleteIlustre no, pero lustrosa sí, que para algo he descubierto el aceite de argán. ;) Si algún día el papelerío que acumulo ve la luz, te prometo copia y media. La otra mitad va en besos.
ReplyDelete¡Prometa y cumpla! Pero publique, lustrosa e ilustre. Besungos de a montón.
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