Cuando era muy joven, husmeando en el librero de mi papá -el entretenimiento favorito de toda mi infancia y temprana adolescencia- encontré este libro, La Isla de los Locos, de André Soubirán. Sólo lo leí una vez, y recuerdo que al terminarlo lo aparté de mi con el horror en carne viva pero también convencida de que las atrocidades que el autor narraba pertenecían a otro tiempo, a una época en que la maldad era vista entre dedos, a una era que no regresaría.
En 1984 se practicó en Noruega la última lobotomía a niños de procedencia romaní. Hace sólo tres años murieron por en La Habana 30 pacientes del manicomio de Mazorra, por inanición e hipotermia. Los orfanatos y hospitales psiquiátricos de todo el mundo alimentan cada día el morbo de la prensa con cucharadas de brutalidad.
La barbarie no desaparecerá mientras nosotros permanezcamos, esa es la verdad. La maldad no depende del desarrollo, ni de la bonanza económica, ni de las leyes estrictas. Depende de la diferencia entre el fuerte y el débil, de la capacidad de hacer daño, del impulso de probar a ver qué pasa y de la posibilidad de una justificación.
Ojalá no hubiera crecido para saberlo.
Siempre hubo y habrá débiles y fuertes, favorecidos y menos. Es un lastre que el ser humano no es capaz de quitarse por mucho desarrollo que alcance.
ReplyDeleteLa pena es que los desfavorecidos siempre serán esa minoría, por la que muchos no están dispuestos a hacer nada.
Triste realidad para la humanidad.
Paso de puntillas sobre el tema, así que entre tanta miseria me quedo con tu vicio de infancia, compartido por mí. Por cierto, las imágenes de la portada me recuerdan tantas y tantas ediciones cubanas. Ahora mismo me vienen a la mente un par de ellas.
ReplyDeleteMaría
Mari, recuerdas la carátula de Los Miserables? Aquella con Valjean y Javert dibujados con trazos gruesos y muchos colores? Recuerdo que mi papá guardaba específicamente esos libros en un pequeño departamento que había en el mueble del televisor -un monstruo gringo. Creo que abrí y cerré esa puertecita al menos tres veces al día, sólo para mirarlos, hasta que cumplí nueve y me permitieron leerlos.
DeleteNo lo recuerdo. Los que tengo incrustados en la silla turca son:Viajes de Gulliver, edic huracán (me aterrorizaba la imagen); Papaito Mayarí (postmodernísima);El idiota (inteligible);Prosas en ajiaco de Zumbado (graciosa); Momo (horrorosa)y El Principito (sutil). Ya ves tú la de de murciélagos que hay en este tejado.
ReplyDeleteMaría