El Pionero y yo atravesamos la plaza rumbo al "Medioevo", la tiendecilla donde compramos siempre, yo mis especias, él sus tés.
Una gitana se acerca con la rama de romero en ristre. "¡No me la rechaces, niña, que eres muy guapa!"
Levanto las manos en señal de negativa, tragándome lo que pienso cada vez: quédate el romero, que tú lo necesitas más.
Quiero enseñarle al Pionero el respeto y la compasión: por eso me lo llevo de capilla en iglesia en catedral, y es testigo de que mis limosnas no van ni en el cepillo de la misa, ni en la alcancía de los altares, sino en el vaso de papel de los mendigos a la puerta; estoy segura de que Jesús habita allí.
"¿Qué quiere?", pregunta El Pionero. "Que le acepte el romero y le deje leerme la mano, y luego cobrar por ello", he dicho.
"Romero tenemos en el jardín", ha dicho El Pionero. "Y bruja ya eres tú."