Ayer he conocido a alguien que se pone calcetines de diferentes colores sin percatarse de ello. No pude evitar la sonrisa cuando lo noté, y él respondió con ojitos de disculpas; entonces le abrí el corazon: yo también.
Le conté que en ocasiones me pongo los vestidos al revés, e infaliblemente las bragas. Y pierdo por docenas las horquillas de pelo. Y doy por ciertas conversaciones que he tenido dentro de mi cabeza. Y me hago añicos, contra el esquinero del mismo librero, el mismo dedo meñique del mismo pie derecho, cada tres meses.
Repondió que le parece encantador mi despiste, y que no cambie.
Según el Gabo ningún loco está loco si uno se conforma con sus razones: he aquí la prueba.